La vereda es una trama.
Es un enlace de puente
con montura.
—Acércate.
La Isla palidece en contratos.
Por encima,
en este ahora,
está el Olvido.
Es camino largo y tendido,
su comprensión es nefasta.
La conspiración en la Hacienda perversa.
El Jefe desmonta el caballo blanco.
Se lustra las botas de gamonal negras.
Bebe sorbos de Champaña.
Se arregla la melena.
Los jefes vienen en tacones altos.
Beben sorbos de cervezas.
Se limpian de excesos la manga.
El resto, permanece en existencia.
Oro, la maldita ofrenda.
¡Isla verde montaña que preña!
Los cascos del caballo se hunden en la tierra.
¡Arráncale los dientes!
El Jefe viene pisando fuerte sobre la cuesta.
El resto permanece
con la intención en letargo.
El vapor del ron sube, a las doce exactas.
El vapor es.
Al cuerpo
le suda la entrepierna en la montura
se la caliente y se la pone dura.
Los demás se limpian los excesos con la Casa.
—-Oye, oye Caribe. Canta desde la cigua la palma.
La Isla es Prieta.
El Jefe se ajusta los lentes y son las doce exactas en la sierra.
El canto es silencio en este ahora.
Los postes del tendido eléctrico,
yacen como muertos en las polvaredas.
Las yaguas tosen temiendo.
Y caen las hojas al viento en esta hora.
Son las doce exactas.
Los niños se mecen
en lo alto de una rama inhalando el vapor.
—Aléjate.
El sol calcina, tuesta, cuece.
El Jefe se apura y llega.
El tinte se le chorrea,
salobre se le vuelve la boca.
Desde afuera
vino cortando el viento,
dio el golpe certero.
—-Oye, oye América. Canta desde Quisqueya el alma.
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